De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por
ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan
increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las
probabilidades y le daba vuelta por todos lados, desconfiadamente. No
podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de
Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo,
renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue
Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla
de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación
de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente
los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos
telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado
en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y
se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira
lo fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por
los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de
probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdomancia
ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. «¿Y si no me hubieras
encontrado?», le preguntaba. «No sé, ya ves que estás aquí...».
Inexplicablemente la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus
adocenados resortes lógicos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz
de luchar contra sus prejuicios bibliotecarios, y paradójicamente la
Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares.
Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta
si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin
palabras. Pero el amor, esa palabra...
-Ellos saben quienes son.
junio 16, 2013
¿Cuándo entenderé?
Me gusta darme cuentas de las cosas. Me gusta tener muchas hipótesis sobre lo que pasa alrededor mío, sobre cosas que me conciernen, sobre cosas que no también. Pero es un verdadero regocijo cuando las descubro, me hacen mal.
La solución es simple: una tacita de té y Dark Side of the Moon. Y que el mundo se vaya a la recontra de la lora.
Salút.
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